Eran tardes de primavera, cuando
los primeros rayos de sol deslumbraban la tímida vida del bosque. Eran esas
tardes en las que entre las hojas de los árboles aún se escuchaban voces de un
invierno no muy lejano, ese invierno que transformó mi vida en la desesperada
búsqueda de un amor perdido. Un amor que jamás existió salvo en inocentes
ilusiones, que nunca tuve y sin embargo deseé como si me perteneciera, como si
siempre hubiera sido mío y tuviera algún derecho a reclamarlo. Un amor
escondido entre las sombras de mis dudas, que alcanzaba a iluminar con falsas
esperanzas esa infinita soledad.
Sin embargo, fue en una de esas
tardes en tus bosques, justo antes de
que la última luz se llevara consigo otro día, entre las últimas y perdidas
gotas de lluvia y una fría brisa que acariciaba mi rostro, cuando escuché tu
voz por primera vez, cuando supe que jamás volvería a buscar ni desear otra
cosa que el compartir contigo el resto de mi vida.
Ahora sé que siempre estuviste
ahí, observándome con cada rayo de sol, que me llamabas todas y cada una de las
tardes al caminar en tus senderos, que nuestra conversación se agitaba entre
las hojas de esos árboles, que tu llanto de amor por mí eran esas gotas de
lluvia, y tus besos las caricias que venían con cada última brisa. Ahora sé por
lo que siempre a ti regresé.
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La Naturaleza enamorada / Panamá.
© Víctor Santamaría, 2010