Lucían con un aire especial. Un
atractivo solemne, elegante e inquietante. Una mirada melancólica que infundía
tristeza, amor y una extraña compasión. Ocultaban algo, lo que las hacía
diferentes. Dicen que deambulaban a solas en los atardeceres de invierno, atraídas
por parajes desolados.
Cuando se las empezó a ver eran
tiempos oscuros, donde ya nada parecía importar. La humanidad había perdido su
rumbo para no encontrarlo jamás. Algunos hablaban de que siempre estuvieron aquí
y ahora habían despertado. Criaturas al servicio de algo más grande que lo que
ningún ser humano podía comprender.
De una belleza sin precedentes, con
una apariencia algo siniestra y un propósito aterrador, aparecían en las
afueras de las grandes ciudades. Venían a reclamar lo que siempre fue suyo, lo
que ellas realmente eran y habían sido desde antes que el hombre existiera.
Agotada y sin otra alternativa
posible, la Naturaleza tomaba la forma y apariencia de su peor amenaza pero con
una gracia sin igual. Conforme se fueron acercando se desvelaban sus firmes intenciones,
tan crueles como legítimas. Se decía que ellas tenían el poder de transformarnos,
de convertirnos en aquello que habíamos destruido. Por donde caminaban sólo
quedaba el silencio.
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Metamorfosis / Cementerio General,
Santiago de Chile.
© Víctor Santamaría, 2015